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En ésta ocasión no es un detective, sino un super héroe. Es Superman, pero thelémico. Su aventura se narra en diez capítulos breves, que corresponden a las sephirot, de Malkuth hasta Kether. Los dilemas del super hombre y su humanidad, el tema del tiempo, del karma, el yoga y hasta filosofía Lakota (tribu Siux nativa de Nebraska).
Espero lo disfruten, lo haré por entregas, al igual que la otra historia. Ésta tiene una extensión de 25 páginas en word.
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Hod
"En nuestros locos intentos, renunciamos a lo que somos por lo que esperamos ser”
En la Universidad conocí a Lois Dibny, mi hippie compañera de carrera. No había muchos hippies en Nebraska, pero yo conocí rápidamente a todos. Dejé de idealizar a Julia y comencé una relación con Lois. Conocí toda clase de gente en la Universidad, no me costó trabajo relacionarme con los indios que, aunque no eran admitidos, asistían a colegios cercanos, pero tardé más tiempo en poder establecer una amistad con un negro. Según mi pastor eran todos unos diablos, pero cuando constaté que eran tan normales como cualquier blanco, se produjo otra fisura en mi educación cristiana.
Lois se burlaba de mis orígenes, ella había vivido en Omaha toda su vida y yo le parecía un granjero ignorante. Finalmente, luego de darme cuenta que mucho de lo que mi pastor me había dicho, era falso, comencé a experimentar con drogas. Desatendí mis estudios para poder dedicarme al consumo sistemático de toda clase de sustancias.
Mis amigos consumían una gota de LSD, pero a mí no me hizo efecto. Nuevamente, mis habilidades se convirtieron una barrera en mis relaciones. Mis papás me rogaban que no le mostrara a nadie lo que podía hacer, pues el gobierno haría toda clase de pruebas conmigo y, ahora que estaba la guerra de Vietnam, sin duda me mandarían para allá. Así que experimenté vaciando el gotero de LSD y tuve visiones que me duraron un día entero. Veía andróginos desnudos que me perseguían para cortarme en dos, pude ver meteoritos que caían y negros que tenían sexo con mi mamá. Aquello me asustó tanto que dejé las drogas alucinógenas.
Me mudé al departamento de Lois, muy a pesar de mi hermano Rodney, quien estudiaba arquitectura y creía que viviría con él. En una ocasión, cuando había consumido mucha cocaína tuvimos una discusión, la droga me hizo perder el control, y con un simple gesto con la mano saqué el fregadero de la cocina, haciendo volar pedazos de concreto. Así fue como me vi obligado a explicarle todo a Lois.
Ella no se asustó, al contrario, estaba más emocionada que yo. Quizás por la marihuana, o quizás por su locuaz voluntad, me convenció de disfrazarme para ella. Me confeccionó un traje de poliéster de color amarillo, como un héroe de comics, y pasamos un par de días pensando en un símbolo hasta que concluimos en un círculo rojo con un punto blanco en el centro. El nombre era fácil, yo tenía la natural inclinación de levantarme en cuanto salía el sol, por lo que me llamó “Solaris”. Fue un fin de semana de juegos y besos. Le cargué y volamos de noche, le mostré que podía ver y oír todo aquello que escapaba de los sentidos.
Nunca le había prestado atención a los cómics, pero ahora parecían ser mi guía. Lois y yo no sabíamos por dónde empezar. ¿Cómo podía luchar contra supervillanos y si no existen?, ¿qué podía hacer en un mundo donde nadie tiene poderes especiales? Nadie se disfrazaba para asaltar bancos, ni había algún doctor demente en una guarida secreta construyendo un láser mortífero. Los males que Lois quería que yo detuviera eran vulgares, tan vulgares como nosotros. No sabía por dónde empezar, ni qué hacer. Era peligroso, además, exponerse frente a todo el mundo. Mi familia podría ser asediada por reporteros y las cosas podían ponerse difíciles.
Lois quedó desilusionada conmigo, nuevamente Victor el predecible Gable se ajustaba a las reglas. Parecía un hippie, pero no lo era pues creía que las normas de mis padres eran absolutas. Aquella navidad cambiaron las cosas. Julia Lang prácticamente se me ofrecía y tuvimos relaciones varias veces en mi visita de una semana. Rodney se quejó que yo era un hippie y seguía siendo el favorito, mientras que la pobre de mi hermanita no tuvo mejor idea que llegar acompañada de un novio negro. Mis papás estaban furiosos con Grace.
Al regresar a Lois, en parte porque me sentía culpable de serle infiel, acepté el disfraz se Solaris. En las vacaciones le había confeccionado una máscara, guantes y capa. Me veía ridículo, pero Lois me convenció que una vez que me vieran volando por los aires, dejaría de ser ridículos. Juntos en la habitación escuchábamos una radio de policía que habíamos comprado en el mercado negro. No sabía que buscaba, pero supuse que vendría solito hacia mí. Había un asalto en una tienda y Lois me besó y corrió a abrir la ventana.
Volé disparado, pero no sabía adónde ir, desde arriba la ciudad se veía muy distinta y estaba completamente perdido, por lo que llegué diez minutos tarde al atraco. Desde entonces pasé cada noche entrenando, memorizando la ciudad de Omaha y aprendiendo los códigos que los policías manejaban por la radio. Lois me cubría las espaldas en clase, aunque mi promedio seguí yéndose en picada. A partir del ’61 aprendí el oficio de héroe de cómic. Un par de atracos en Omaha y un incendio. Se hizo obvio que sería muy peligroso actuar en la misma ciudad donde vivía, por lo que me fui moviendo de ciudad en ciudad, lo más lejos de Omaha.
Aprendí que podía volar más rápido que un avión y que podía llegar a San Francisco en veinte minutos. Tenía un escondite en cada ciudad y ahí guardaba algo de comer, un baño y una banda policial. De vez en cuando invitaba a Lois, estacionaba en la carretera donde nadie nos viera, cargaba el auto hacia las afueras de otra ciudad, como Chicago, Los Ángeles, Nueva York o San Francisco, y paseábamos como turistas. Era diversión inocente, ella leía sus libros raros del Hare Krishna y gurús hindúes de nombres imposibles, y yo me disfrazaba como si fuera Noche de Brujas. Un año después de haber empezado recibí mi primer balazo. Normalmente caía sobre ellos, los desmayaba y me iba, todo sin ser visto, pero en esta ocasión fue distinto. Me vio por un espejo y disparó hacia mí. La bala rebotó y ni siquiera me hizo cosquillas.
Los periódicos no hablaban de mí, casi nunca me veían y cuando lo hacían no se atrevían a decirle a otra persona que un hombre vestido de dorado con capa azul y máscara, había descendido de los cielos. En Septiembre del ’63, cuando había dejado Baltimore para ahora pasar tres semanas en San Francisco, me tocó ayudar a un grupo de hippies que estaban atorados en un edificio en llamas. La conciencia me molestaba demasiado, podía ver el incendio desde lejos y aunque sabía que era peligroso exponerme a todos los curiosos, le di una oportunidad. Aproveché el humo, entré por el techo y los fui cargando al techo del edificio de al lado. En cinco minutos ya había pasado todo. No contaba con Preston Hoover, el camarógrafo que había entrado al edificio en llamas y me había visto. Aparecí en un diario, nadie le creyó al fotógrafo, pero conforme las personas que rescaté iban dando la misma declaración, se fue formando una noticia nacional.
Tenía que calmarme, dejar de ser Solaris por un tiempo. Lois estaba de acuerdo, había comprado todos los diarios que encontró. Habían tres fotos mías, una con un niño, otra donde el humo me tapaba casi por completo, y otra casi de frente. No había una posición oficial por parte del gobierno, pero sin duda estarían atendiendo a todos los testigos de otras ciudades que, en un principio, habían sido tomados por locos.
En Navidad mis papás me regañaron, había sido descuidado y ahora el mundo entero sabía que existe un super hombre. Los soviéticos consideraban que la noticia era un truco publicitario, pero por dentro estaban preocupados por la existencia de un ejército de Hombres capaces de volar y resistir al daño. Había intentado hacer un bien a la humanidad y la guerra fría estaba empeorando por mi culpa.
- El pastor, él sabrá que hacer.
- Mamá, por favor, no empieces con esas tonterías.- Papá me dio una bofetada que le dolió más a él que a mí, pero fingí que me dolía terriblemente.
- No le hables así a tu madre. Tiene razón, la sangre de Jesús debe expiar tus pecados. Vas a acabar como Tim, el hijo de ese asqueroso indio, serás un drogadicto como él. Te vas a estudiar pero en vez de eso estás melenudo, te metes con una cualquiera y andas haciendo Dios-sabe-qué en tu tiempo libre.
- ¿Y si no hay un Dios?
Me vieron con horror, como si fuera un monstruo. La verdad era que me había divertido siendo Solaris y no le veía nada de malo. Había entendido porqué se burlaba Lois de mis orígenes, ahora entendía que el movimiento hippie era para romper las reglas inútiles, como el patriarcado. Enojado con el mundo invité a Julia a que pasara la noche conmigo a mi habitación. La metí de contrabando con una larga escalera que daba a mi ventana en el tercer piso. No quise cargarla, pues no sabía si era seguro decirle quién era en realidad. Eran las tres de la mañana y mientras dormíamos desnudos sonó el teléfono.
- ¿Bueno?- Contestó Julia adormilada por completo. La reprendí por contestar el teléfono, cuando se suponía que estaba de contrabando y cuando me pasó el teléfono escuché un bufido.
- Desgraciado, ¿a eso te vas a ese pueblucho asqueroso, para tirarte a la primera que pasa?- Era Lois. No me dejó hablar y colgó de inmediato.
Estaba envuelto en cuestiones que, en ese momento, me parecieron tan vulgares, que decidí escapar. El mundo no podía ser tan pequeño, debían haber otras cosas. Recordando la literatura hindú que Lois leía antes de dormir, escogí algo de ropa y volé libremente hacia el cielo. Sentía el frío y la falta de aire, pero podía bloquear esas sensaciones. De esa manera en quince minutos estaba en India.
Anduve como vagabundo por las montañas, aprendiendo que no necesitaba comida ni agua, hasta que finalmente conocí a alguien dispuesto a enseñarme. Shree Maa era una gurú que tenía su cabaña en lo más profundo de la selva. No era común que una mujer fuese gurú, pero ella fue la única que me permitió acercarme. Los maestros de la zona desaprobaban de mí, un occidental, pero cuando vieron que era respetuoso y trabajador, me toleraron. Todos, a excepción del maestro Ramana Maharshi, un anciano insufrible que gustaba de golpear a los aldeanos.
Lejos de la prensa, de las ciudades, de los problemas absurdos, ahora era libre. Ayudé a un pueblo que necesitaba agua al mover de lugar un río. Cuando un deslave amenazaba una villa lo detuvo y cargué enormes piedras de un lado a otro. Shree Maa me enseñó que la fuerza es inútil sin la Voluntad y, como no necesitaba comida, agua o sueño, avancé rápidamente en mis estudios. Aprendí rápidamente el idioma y traté de ser tan amable como fuera posible con los otros alumnos. Les cosechaba sus tierras y les traía su comida con tal de que me aceptaran, y lo hicieron en un par de meses.
Aprendí acerca de la meditación, los tipos de yoga, del dharma y el karma y los estados de consciencia. En mis meditaciones experimenté cosas que ninguna droga que hubiera probado en Nebraska podía asemejarse. Aquellos años fueron mi segunda infancia, del ’64 al ’65, cuando olvidé gran parte de las enseñanzas supersticiosas de mi pastor y volví a ser un niño, libre de culpas por ser quien era y como era.
Netzach
"Cuidado con la hoguera que enciendes contra tu enemigo;
no sea que te chamusques a ti mismo".
Sumido en mi devoción a Ganesha aprendí la importancia de la humildad, del olvido de mi mismo. Aún sentía culpas por la manera en que había traicionado la confianza de Lois, o por el modo en que siempre había ridiculizado a mi hermana Grace. Según mis compañeros mi falla radicaba en aquellas culpas cristianas que le daban realidad a mi yo terrenal. Me enseñaron sobre la rueda, el apreciar lo que se tiene cuando se tiene y traté de ponerlo en práctica, pero había caído enamorado de mi gurú.
Shree Maa sabía de mis sentimientos hacia ella, como también lo sabía el sádico Ramana Maharshi. Me enseñó muchos secretos del Tantra y lo practicamos en ocasiones por días enteros. No es difícil contener el orgasmo cuando se puede levantar una montaña día y noche sin la necesidad del sueño o el descanso. Ella era un pozo de sabiduría del que bebía despreocupadamente.
Me pidió que ayudara a los aldeanos a construir un acueducto. El que se habían fabricado, a partir de maderitas, había sucumbido durante el monzón, y la plaga de mosquitos ya había cobrado decenas de víctimas. Durante un mes aprendí a arrancar pedazos de roca y darles forma con las manos y así pude armar un largo acueducto que no se derrumbaría con las lluvias.
Regresé al hogar de Shree Maa, pero ella había muerto. Los seguidores de Ramana Maharshi, quienes me tenían por mal augurio, habían atacado. Muchos de los seguidores de Shree Maa habían sido asesinados, otros rezaban alrededor de su cuerpo. Me enfurecí con ellos, pero ellos no tenían la culpa. Lo que se incendió dentro de mí hizo arder mi templo interior de Ganesha. Mis compañeros pudieron verlo en mis ojos, danzaba Shiva en una rueda de fuego.
Mi venganza fue cruel e inmisericorde. Los maté con las manos, por primera vez saboreando la sangre. Olvidé mis concepciones cristianas del pecado y el arrepentimiento y continué con la masacre. Era la danza de la muerte que se regodeaba en el karma. Cuando encontré a Ramana Maharshi, hincando e implorando misericordia, le arranqué la cabeza con una gesto y trituré su cuerpo hasta que todas las paredes del templo habían quedado bañadas en sangre. Había sido devoto de Ganesha, pero ahora actuaba como Shiva, les había dado la vida y ahora les daba la muerte.
No podía quedarme en India, pero no quise regresar a Nebraska, por lo que intenté Europa. Vestía como hindú, necesitaba un baño, una rasuradora y dinero. Llegué a Paris de noche, de modo que nadie me viera y entré por la ventana de una habitación de hotel, en el piso 16. Aseguré la puerta y me duché y rasure la barba, luego robé un poco de dinero del huésped y ubiqué un teléfono a tres cuadras de distancia.
Mis papás estaban felices de escucharme, pero también enojados. Había desaparecido por año y medio. Me informaron que mi hermano estaba trabajando en Dublín y que podía quedarme con él, pero que les encantaría si podría ir a visitarles. Mi hermano estaba feliz de verme, y le sorprendí con mi verdadera identidad. Me confesó que se las olía, pues había escuchado que Solaris primero apareció en Omaha en la época en que él era estudiante. Me dejó vivir en su casa, pues era un huésped muy barato, no necesitaba ni comida, ni medicinas, ni auto, ni nada mas que ropa. Para evitar la aburrición devoraba libros de sabiduría oriental, quedando fascinado por el budismo Tíbetano y el taoísmo. Aprendí más de taoísmo aprendiendo a tocar el jazz que leyendo sobre él. Tocaba en un club el segundo viernes de cada mes y con ese dinero compraba mi ropa.
Una vez al mes viajaba a Nebraska para saludar a mis papás, pero alejándome de Julia Lang. Restablecí contacto con Lois y la invité a vivir en la casa de mi hermano en Dublín. Aceptó sin dudarlo y la transporté con todo y coche en menos de cinco minutos. En aquellos días de ocio, mientras mi hermano y Lois trabajaban, ella consiguió puesto en un diario local, me dediqué a explorar mis habilidades. Le di la vuelta al planeta en treinta segundos y en ese momento, mientras mi cuerpo se congelaba en la estratósfera, convirtiéndome en una estatua de hielo, me pregunté si no necesito comida, ¿porqué necesito reglas?
Solaris reapareció en Londres deteniendo el auto en el que viajaban unos secuestradores. Los pocos reportes que se habían hecho sobre Solaris en Estados Unidos habían caído al olvido, pero ahora que trataba de salvar la mayor cantidad de vidas posibles, fue inevitable que en menos de dos meses apareciera en todos los diarios del mundo.
Rodney y Lois estaban felices como niños. Podía ir de un país a otro en Europa y atender toda clase de desastres. No hablaba con la prensa, pero eso no les importó. Mi existencia era el evento más importante del siglo XX, quizás después de la energía atómica. Científicos de todo el mundo teorizaron sobre la fuente de mis poderes, pero no podían duplicarlos de ninguna manera. Los rusos se preguntaban si mi existencia era un arma y los americanos ni afirmaron, ni negaron la posibilidad. Lo cual, en política, es lo mismo a decir que sí era una arma. Eso a Lois no le caía en gracia en lo absoluto. Constantemente me pedía que interviniera en la guerra, pero yo sabía lo que pasaría si me inmiscuía en la política.
- ¿No lo ves Victor?- Me preguntó una fría noche de Diciembre.- Ya estás en la política.
- Si le doy la razón al viet cong me usarán como títere para sus propios planes, pero si le doy la razón a los Estados Unidos harán exactamente lo mismo.
- Lois, tu hermano tiene razón. Además, después de haber salvado a tanta gente con ese avión fuera de control, yo creo que la simpatía del pueblo ya la tienes.- El teléfono sonó y se levantó para contestarlo.- No necesitas de ningún político para que te ayude, pero sí al revés.
- Rod tiene razón, como dijera Shree Maa, aquel que juega en el karma se enreda solito. Estamos mejor así, planto mis rosales en la mañana, en la tarde salimos juntos y en la noche toco jazz o me disfrazo.
- Vic, tenemos que irnos.
- ¿Qué ocurre?- Preguntó Lois.
- Grace, ella se suicidó.
Los llevé a Nebraska en el auto de Lois y pude escuchar el tenso silencio. Grace siempre había vivido bajo la sombra de sus dos hermanos, Victor el perfecto y Rodney el estudioso y responsable. Al parecer entró en crisis cuando se enteró de su embarazo, su novio lo dejó y la despidieron de su empleo en una tienda.
El funeral fue triste y largo. El pastor habló sobre la muerte y la resurrección, acerca de la sangre de Cristo que lava los pecados y sobre el mundo celestial después de la muerte. Mientras le tirábamos tierra al ataúd de Grace tuve una epifanía. Yo no temía a la muerte porque no podía morir. Me había conservado idéntico mientras los demás envejecían. Yo no podía ser crucificado, los clavos no podrían atravesar mis manos y si quisiera podría darle mil vueltas al planeta Tierra antes de que prepararan mi cruz. Mi papá estaba cubierto en canas, podía entender que Jesús fuera su Dios, pero yo era invulnerable e inmortal, ¿cómo podría representarme un dios muerto?
Un diario de Omaha le ofrecía un cuantioso salario a Lois si se hacía cargo de la edición, por lo que nos establecimos en Omaha. La vi dejar atrás el hippiesmo, lo cual me confundía. Había estado tan seguro que podíamos vivir sin las reglas antiguas, creando nuestras propias leyes y valores, que no entendía porqué Lois se daba por vencida. Debería haber sido obvio, era la edad. Lois empezaba a ver al ángel de la muerte acercándose, mientras que yo no conocía ni siquiera el sufrimiento con peligro de muerte.
Así nació el Solaris de tiempo completo. Iba de un lugar del planeta a otro, a veces era un incendio, a veces era un asalto, en otras una inundación, etc. Con mi oído podía escuchar un alfiler cayendo a mil kilómetros de distancia. Mi segunda infancia, que declinó con el funeral de Grace, terminó definitivamente una tarde de Agosto, cuando sobrevolaba espacio aéreo soviético, en busca de un deslizamiento que había barrido con un pueblito. Aviones y tanques se lanzaron en mi contra. No se atrevieron a soltar bombas atómicas, pero sí me lanzaron bombas que nivelarían una manzana de edificios.
Descendí a la tierra y pedí hablar con el superior. El general ruso era un hombre fornido y con amplio bigote que temblaba de miedo ante mi presencia. Estaba irradiando luz y ni yo me había dado cuenta. El general me explicó que me tenían por arma enemiga, pues el presidente americano no negaba que yo trabajara para su ejército. Le dije que aquello era absurdo, pero que si quería que me retirara de su país, lo haría con todo gusto. Volando de regreso a casa la inspiración me mostró mi camino y volé hacia Nueva York dirigido por mi dharma.
martes, 21 de abril de 2009
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