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thelema en español: Solaris el superheroe thelémico Parte 3

martes, 21 de abril de 2009

Solaris el superheroe thelémico Parte 3

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En ésta ocasión no es un detective, sino un super héroe. Es Superman, pero thelémico. Su aventura se narra en diez capítulos breves, que corresponden a las sephirot, de Malkuth hasta Kether. Los dilemas del super hombre y su humanidad, el tema del tiempo, del karma, el yoga y hasta filosofía Lakota (tribu Siux nativa de Nebraska).

Espero lo disfruten, lo haré por entregas, al igual que la otra historia. Ésta tiene una extensión de 25 páginas en word.

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Tiphereth
"Estamos hechos de la misma materia que los sueños"

Por primera vez hablé con los medios en 1969. No acepté preguntas, únicamente declaré un par de cosas. En primer lugar, que tomaría una oficina en el edificio de las Naciones Unidas. En segundo lugar, que un grupo de intérpretes, secretarias y reporteros, recibirían las llamadas de cualquier jefe de estado. En tercer lugar, me ofrecía para cualquier misión de salvamento o restablecimiento del orden que no estuviese ligado a un conflicto bélico. Por último, Solaris no conoce política, solo vidas humanas. Después añadí que tenía derecho a tomarme los fines de semana de descanso, no me parecía conveniente decirlo por televisión. No necesitaba descansar, pero quería un tiempo para meditar y pasar tiempo con mis personas más queridas.

El día que hice mi anuncio el Papa se lamentó de mi existencia, asegurando que se trataba de una obra del demonio. Varios dictadores del Oriente Medio también me acusaron de ser el anticristo. Sin embargo, la mayor parte de la gente que veía por las calles me saludaba y se alegraban de verme. Era un ícono amado por millones. Simbolizaba esperanza, y eso es lo que la gente necesitaba, más a que los pastores y sus largos discursos sobre la sangre de Cristo y esas cosas.

Solaris nació como una broma entre Lois y yo a partir de los comics, pero ahora yo tenía varios comics donde peleaba contra monstruos y supervillanos. La vida real no era tan glamurosa, pero cuando salvaba vidas o detenía lava ardiente, se sentía como una aventura. Me quité la capa, pues era lo primero en deshacerse, lo demás lo reemplacé por un traje de buzo con el mismo diseño. Todo aquello que tuviera pegado a mí era tan invulnerable como mi piel.

En casa había fricciones. Lois no se sentía cómoda con mi eterna juventud. Era capaz de tener relaciones sexuales de días enteros, pero ella no duraba más de dos horas y se sentía inadecuada. Cada mañana se miraba las arrugas que se le formaban alrededor de los ojos y sentía ganas de llorar o pegarme, o ambas. Al nivel político también comenzaban los problemas. La guerra en Viet Nam continuaba y millones me exigían que la detuviera. Mis secretarias constantemente recibían llamadas de distintos presidentes para que interviniera.

En 1973 el presidente Nixon me ordenó en cadena nacional que interviniera a favor de su ejército. En retaliación los soviéticos amenazaron con ataques nucleares si yo asomaba la cabeza por ahí. Esto, por supuesto, escaló cada vez más. El mundo entero se terminaría si yo entraba a Viet Nam, pero Nixon sostenía que mi deber era el de trabajar con el ejército de los Estados Unidos, detener las bombas atómicas y ser su perro faldero. No le di importancia a sus órdenes y continué con lo mío. Mis enemigos políticos, sin embargo, no descansaron.

La CIA había estado investigando a Solaris, sabía que había aparecido primero en Omaha, luego en Inglaterra. Al principio consideraron a Rodney como Solaris, pero luego de millones de dólares en equipos de escucha pudieron demostrar mi identidad secreta. Habían estado espiando a mi hermano y a mis papás por meses y los escucharon discutirlo en la mesa.

Como castigo filtraron toda la información a la prensa. Victor Gable se hizo una celebridad alrededor del mundo, al igual que mi familia y amigos. El primero en sufrir el ataque fue Tim Nube Roja, quien servía una pena en prisión por tráfico de drogas. Julia Lang tenía un campamento de reporteros en su jardín y lo mismo ocurrió con mis papás. De alguna manera encontraron la correspondencia obscena que mi mamá había sostenido con Dwayne el ayudante negro. Lois fue perseguida, despedida de su trabajo y acosada. Traté de defenderla, pero eso sólo empeoró las cosas. Finalmente, enfrente de las cámaras anuncié mi retiro y me grabaron a medida que ascendía hasta perderme en el cielo.

No había lugar en la Tierra donde pudiera esconderme. Ascendí hasta llegar al espacio y me sorprendí a mí mismo al ver que podía explorar el espacio sin ayuda de un traje para presión atmosférica u oxígeno. El absoluto silencio del espacio me recordó al silencio que tanto buscaba alcanzar en el Yoga con Shree Maa.

Lois me había mostrado cómo un movimiento social podía entrever la existencia de otros estados de consciencia, otros paradigmas. Shree Maa le dio forma y me mostró el camino, el yoga, para trascender todas aquellas fórmulas prefabricadas y atender al dharma. Flotando en el espacio tuve un nuevo desarrollo. No existía abajo, ni arriba, mis posibilidades de movimiento no se limitaban al largo y ancho, sino que tenía 360 grados. 360 posibles rutas y lo único que las limitaba era yo mismo.

Sin noción del tiempo o del espacio era libre. Llevando mi luz a donde fuera que iba me dediqué a jugar en los anillos de Júpiter como un niño en un arenero. Caminé sobre las superficies de los planetas, en ocasiones en constantes tormentas radioactivas de gases color púrpura y turquesa, en ocasiones muerto y aburrido. Adonde quiera que fuera me encontraba con algo que me dejaba con la boca abierta. Decidí que no tenía porqué quedarme en el sistema solar, por lo que viajé en busca de más planetas y soles.

Me esforcé al moverme, a ir lo más rápido que pudiera, mientras más veloz más luz emitía. No podía saber qué tan rápido iba, pues no tenía ningún cuerpo con el cual hacer referencia. Tampoco me cansaba, por lo que no veía razón por la que debía de detenerme. Pasaba a través de nubes de meteoritos con la suficiente velocidad como para atravesarlos o reducirlos a añicos. Apliqué mis ejercicios de yoga mientras contemplaba una nebulosa que, vista desde mi perspectiva, parecía un rostro.

Cuando me detuve en un planeta llegué a la conclusión de que estaba perdido por completo. Antes de desesperarme reubiqué su geografía para que su cadena montañosa se pareciera a Julia Lang. Fue en ese momento cuando me di cuenta que no recordaba su rostro. El de Lois me era fresco, pero Julia comenzaba a borrarse. Es una sensación curiosa, estar enamorado sin recordar a la persona.

Mientras trataba de recordar el camino a casa busqué por señales de vida, pero no encontré ninguna. ¿Podía ser que nuestro planeta, tan pequeño y vulgar, fuese el único con vida? Estadísticamente imposible, pero si existía vida inteligente, no se encontraba cerca de la Tierra.

Contemplé la muerte de una estrella, debía estar a menos de un millón de años luz y el espectáculo de luces y colores me hizo llorar. Nunca había visto algo tan hermoso y no estaba ocurriendo en ese momento, sino hacía millones de años. Estaba observando un espectáculo que había ocurrido hacía millones de años. Si alguien cercano a aquella estrella se hubiera preguntado ¿quién se acordará de esta estrella? Ése sería yo, pero a la vez aquel que se lo preguntó ya hacía millones de años que habría muerto.

¿Alguien me recordaría a mí? Con todas mis fuerzas brillé tan fuerte como pude. Iluminé a los planetas como un sol y los meteoritos disolvieron en el calor. Aquella impresión lumínica duraría por millones de años mientras la luz viaja de una punta a otra del abismo infinito. Quizás yo seguiría existiendo cuando todo recuerdo de aquella luz se hubiese olvidado.

Encontré al Sol después divertirme por un tiempo lanzando meteoritos a los planetas. Majestuoso, olímpico, todo cuanto se acerca a él se disuelve en calor, todo cuanto existe cerca de él no puede sino disfrutar de su luz y temer a su calor. Los planetas se mueven alrededor de él, es una fidelidad perfecta. El Sol no los consume, pues la ubicación y masa de cada planeta ejerce a su vez su fuerza gravitatoria que define su camino. Una fidelidad donde el Sol les regala luz y finalidad y ellos a su vez giran según su naturaleza. Aquella estrella bullía en actividad, explosiones nucleares y poderosos vientos le dan su forma esférica y hasta podía verse de un lado a otro, siguiendo la misma fidelidad de los planetas, es decir, se mueve de acuerdo a su naturaleza, ubicación y tamaño y la naturaleza, ubicación y tamaño de las demás estrellas.

Estaba envuelto en luz. A medida que me acercaba nada existía mas que luz, poderosa, titánica, gloriosa, bella, perfecta. Así fue como concluí lo que era obvio, yo era el Sol. Cada persona es un Sol, pero no se atreven a admitirlo. Yo no temía. Quizás por ello el día que los astrónomos me vieron acercarme, cientos de cristianos y musulmanes ortodoxos se suicidaron. La gente los tildó de locos, pero ellos sabían. Sabían que cuando el Sol perfecto y siempre glorioso se acerca a algo, su luz lo consume hasta hacerlo polvo.

Cuando regresé a la Tierra ya no era el año 1973, sino el año 2008. El muro de Berlín había caído y todo lo que conocía se había perdido. No hubiera tenido sentido que descendiera entre ellos como Victor Gable, pues él había muerto el día en que salí al espacio. Sólo existía Solaris.

No había escuchado nada en más de treinta años por lo que me retiré al Polo Norte para acostumbrarme de nuevo. Tuve que aprender a filtrar los sonidos nuevamente y cuando estaba listo caminé hacia Canadá. El mundo recordaba a Solaris como un semi-dios, un ser celestial que salvaba vidas sin esperar nada a cambio, pero que fue traicionado por Estados Unidos. El gobierno estadounidense trató de calmar los ánimos y las acusaciones al detener la guerra en Viet Nam y establecer muchos monumentos en mi honor. Olvidaron que yo mismo era un arma atómica y que tenía el poder de iniciar una guerra nuclear que extinguiría toda vida humana sobre la faz de la Tierra. Han investigado por décadas el origen del meteorito que cayó cerca de la granja, pero no han dado con nada concreto y mi papá volvió a tapar el agujero. Algunos sugirieron que era de otro planeta, pero mis papás se tomaron una foto con mis abuelos a los dos días de nacido, una foto de tres generaciones. La partera del pueblo, así como dos ayudantas indias y todos los familiares sobrevivientes testificaron al parto. Algún tipo de radiación desconocida que podría haber influenciado mis genes, de haber existido, ya no estaba ahí cuando llegaron los equipos de científicos del ejército. Ahora hay un día internacional de Solaris, han hecho películas sobre mí y sobre mi comic, caricatura y serie de televisión. En Nebraska hay una fiesta con carnaval y kermes en el día de mi nacimiento y soy el símbolo oficial del estado de Nebraska.

Regresé a la reservación Santee, en cierto modo todo había comenzado allí. Traté de mantener la intensidad de la luz que emitía de cada poro de mi cuerpo a una iluminación aguantable para ojos humanos. Tim Nube Roja me recibió tosiendo y con cojera. Tenía ochenta años pero el brillo en sus ojos era el mismo que antes. Me senté en el porche de su casa y me invitó una cerveza mientras decenas de curiosos se acercaban para mirarnos. Me habló de su tiempo en prisión y de la muerte de mis padres, por causas naturales. Lois se murió de una afección pulmonar. Julia Lang fue asaltada, apenas un año después de que me fuera, por un par de ladronas que pensaron que ella sería rica por conocerme, y la mataron.

Mientras bebía la cerveza plácidamente y cientos de personas me tomaban fotos, pensé en cuánto me dolía escuchar todo aquello. Había estado en el cielo, mientras que el mundo continuaba girando, con o sin mí. Algo, al fondo de mi mente, un pensamiento hábil como serpiente planteó la duda, ¿quién los extraña a todos ellos, Victor o Solaris? No quise responder la pregunta, en India me enseñaron a vivir en el mundo del devenir sin participar de él. Me habían enseñado a no apegarme a las cosas, a las personas, a la alegría o al dolor. Era difícil, sin embargo, balancear la inmortalidad con la mortalidad de todos a quienes conocí, o a todos quienes me formaron.

Después de eso fui a Nueva York y paré el tránsito. Miles de espectadores se formaron en cuestión de minutos. Los helicópteros del ejército ordenaban a los de la prensa que se retiraran, pero no lo hacían. Fui parco y directo, retomaría mi oficina en las Naciones Unidas y un grupo de expertos monitorearían las llamadas y me las pasarían automáticamente. Solaris había vuelto y, para bien o para mal, no se volvería a ir.

Geburah
"Esa engañosa palabra mañana, mañana, mañana,
nos va llevando por días al sepulcro,
y la falaz lumbre del ayer ilumina
al necio hasta que cae en la fosa."

Cultos se habían establecido a mi alrededor. Miles de cristianos me consideraban una manifestación del Espíritu Santo. En Oriente Medio millones de fieles al Islam me consideraban un ángel encarnado. El neo-paganismo se disparó en cuanto afirmé ante la prensa que no era cristiano y que los dogmas sólo servían para entorpecer el crecimiento espiritual. En filosofía se replanteaban la muerte de Dios anunciada por Nietzsche y debatían sobre mi moralidad, lo cual me parecía irrisorio. Especialistas en filosofías orientales pululaban las Universidades de Europa y América, pues todos querían estudiar lo mismo que yo.

Me dediqué a mi trabajo con la esperanza de que las personas siguieran con sus vidas sin molestarme a mí. Desde incendios hasta terremotos e inundaciones. Las Naciones Unidas estaban preparadas para suministrarme con las herramientas que me hicieran falta, como barcos cargueros vacíos para que los llenara de agua y calmara un incendio, o maquinaria para cavar surcos en la tierra, para las explosiones volcánicas. 24 horas al día, 7 días a la semana, 365 días al año. En un solo día podía atender las necesidades de 75 países.

La mayoría de las personas que miraban al cielo y me veían, únicamente divisaban un objeto luminoso que desaparecía en el horizonte en menos de diez segundos. Eso no los detenía de adorarme, o de temerme. De vez en cuando pedía actualizaciones en las noticias, mientras me hacía cargo de misiones que requerían más de un minuto de mi tiempo, como salvar personas escondidas en los escombros. El presidente de Irán me prohibía actuar en su territorio, pues yo era una blasfemia contra Allah. En Norcorea pasaba algo semejante, pero sin los pretextos religiosos. El Papa diariamente lamentaba mi existencia como una señal inequívoca del fin de los tiempos, en parte gracias al culto pagano que se formaba a mi alrededor.

Rodney, ahora un millonario autor de libros sobre mi vida, murió en Enero del 2010. Atendí a su funeral, atestado de reporteros y dignatarios. Querían saber todo sobre mí, eran insaciables, por lo que me harté y les dije en claro lo que había visto en el espacio. Les hablé de sus limitadas visiones del espacio y del tiempo, del ego que les gobernaba, acerca de las majestuosas estrellas que se iluminaban a si mismo y tenían su propio camino, su propio dharma. Ofendí a millones de personas, pero al menos fui honesto. No podía creer en un Dios que moría, ni en un Dios que les ordenaba ser distintos de cómo eran realmente. Me odiaron de nuevo, pero no les di importancia.

Tim Nube Roja murió por esas mismas fechas por una embolia. El funeral fue distinto, había cientos de protestantes que lanzaban consignas en mi contra. Me despedí de mi amigo, y único contacto con la humanidad, y me alejé para que la familia pudiera tener un funeral en calma. Los operadores me pasaban comunicados urgentes de diversos dignatarios que querían tomarse una foto conmigo para ayudar sus carreras o su popularidad, pero siempre los ignoré.

Lo que vi en Sudán no lo pude ignorar. Era un caso sencillo del deslave de un cerro que había barrido con una pequeña villa. Un escuadrón de asalto de un grupo mercenario de la zona salió a atacarme. Eran 200 y tantos niños drogados que no sabían lo que hacían. Las balas me rebotaban, pero también le disparaban a las personas que trataba de salvar. El ejército nacional lanzó un ataque y mató a los niños mientras yo pensaba en algo que hacer. La operadora me remitía a China, donde había habido una inundación. No le presté atención. Me acerqué a los soldados que acababan de matar a los niños y busqué al hombre responsable. Quiso estrechar mi mano, en presencia de la prensa que había comprado con dinero o amenazas. Tomé su mano y después le arranqué el brazo.

Busqué de una ciudad a otra, volando tan rápido como era posible sin lastimar mucho mi alrededor en busca del palacio real. El gorila en turno trató de defenderse con sus soldados, pero le tomé del cuello y salí a la plaza principal para que me vieran matarlo. Esperé a que se congregara la prensa y exigí a las Naciones Unidas a que distribuyeran ayuda humanitaria a los Sudaneses. Advertí que dejaría de trabajar hasta que en persona pudiera distribuir hasta el último grano de arroz y que, si no lo hacían en menos de una semana, volvería a irme por un período indeterminado de tiempo.

Había jugado su juego, pero su juego estaba trucado. Querían que aliviara los malestares de los problemas de fondo, pero yo no quería aliviar dolores, sino curar enfermedades. Las Naciones Unidas cumplieron mi demanda y me tardé un mes entero en repartir la ayuda y combatir soldados. Inmediatamente me di cuenta que era inútil, se mataban entre ellos para acaparar y revender la ayuda, se mataban por drogas, se drogaban para matar los niños de quienes no los obedecían, secuestraban niños para hacerlos soldados. Era un ciclo vicioso y yo no podía detenerlo.

Traté de curar usando su juego, sus tontas políticas, sus ridículas creencias e ideas fijas. Los países que más dinero gastaban en la industria militar, Estados Unidos, la Unión Europea y China debían cortar los costos a la mitad y utilizar ese dinero para crear escuelas y producir comida. Al principio se rehusaron citando problemas de soberanía, ¿quién era yo para desafiar su soberanía? Cuando la gente me apoyó en mi protesta comenzaron a prestarle atención, pues ahora sus votos estaban en juego. Detuve mi trabajo con las Naciones Unidas para ir a las ciudades principales de estos países para pedirles que se apuraran, pues de lo contrario me perderían para siempre.

Hubo muchos casos de suicidio de personas que creían que me iría para siempre. Según ellos yo era un Dios que venía a corregir los errores humanos y salvarlos. No me entendían, yo no era el redentor, sino el destructor. Cuando un objeto se acerca demasiado al Sol se destruye ante su poder. Lo mismo estaba pasando.

Le fecha vino y se fue. En Washington cité al presidente frente al obelisco y le mostré cómo, con mi dedo meñique, podía tirarlo con un simple gesto. Destruí la torre Eiffel ese mismo día y a gran parte de la muralla china. Llamé a todos mis seguidores al Tíbet y les prometí que lo liberaría del gobierno chino. Solaris cumplió su promesa. Maté a 500 soldados en menos de cinco minutos y reduje sus tanques y aviones a cenizas. Los ojos del mundo vieron a un Solaris iracundo, su traje dorado bañado en sangre. Ya había matado antes, empezando en India, y en esta ocasión no sentí ningún asomo de culpa. Estaba siguiendo mi órbita y aquellos que se topaban conmigo habían seguido una órbita equivocada, o bien sufrían lo mismo que a un cuerpo chocando contra el sol.

El Lama Kalu Rinpoche me enseñó sobre la paz interior y la sabiduría de la Naturaleza. Me recordó mucho a Nube Roja, pues ambos parecían espíritus eternos e infinitos en comprensión y paciencia. Mis enemigos se estaban armando y uniendo en mi contra, China amenazaba con una guerra total con tal de volver a controlar el Tíbet, por lo que yo siempre contradecía a mi maestro, quien con ojos de dulzura me recordaba la importancia de la misericordia. Yo insistía en la acción. Mis meditaciones acerca del Bhagavad Gita aún estaban frescas. Sabía que era un guerrero y trataba de explicarme ante él.

Estaba escrito en el Gita, capítulo 11 versos 32-33: “Yo soy el tiempo demoledor que destruye todas las cosas, y aquí estoy dispuesto a exterminar el linaje de estos hombres. Ni tan sólo uno de los guerreros que luchan en el ejército enemigo escapará a la muerte. ¡Levántate, pues, Arjuna! Ve a conquistar tu gloria, vence a tus enemigos y goza del reino que te pertenece. Debido a las condiciones de su Karma, ya los he condenado a todos a encontrar aquí la hora de su muerte. Sé tú tan sólo el instrumento para realizar mi trabajo.”

Mis seguidores tenían problemas para ascender las montañas, pero pronto establecieron colonias de gran tamaño a los pies de la ciudad prohibida. En el debate continuo con mi maestro entre la misericordia y la severidad, le mostré una mañana las hormigas que corrían a su habitación y se alimentaban de sus galletitas de limón. Le conté sobre cómo había pasado parte de mi infancia mirando a los insectos, con sus vidas aceleradas que, desde su perspectiva, tenían sentido y orden. Sin embargo, si se les miraba desde arriba aquellos bichos eran trágicos, vivían poco y casi todo su tiempo se les iba en rendirle homenaje al ídolo del hormiguero, el fantasma del orden y propósito que solo existía desde sus reducidas perspectivas. Yo, por el otro lado, era eterno e igualmente ridículos me parecían los Hombres.

En esas fechas Estados Unidos invadió Irán, sobrevolé el área para ver la destrucción y oler a los cadáveres chamuscados. La batalla no llamó mi atención, sino las oleadas de refugiados que habían perdido todo porque un grupito de personas había encontrado la manera de ganar dinero matando y destruyendo. Mi determinación estaba formada, era mi turno para templar las leyes de los Hombres, no era juez del bien y del mal, pues estaba por encima del bien y del mal.

En mi furia no medí mi velocidad y, luego de superar los cien mil kilómetros por hora el oxígeno a mi alrededor entraba en combustión. Con completa agilidad reduje sus ejércitos a cenizas, mientras un manto de fuego se posaba sobre la ciudad. Ambos ejércitos dejaron atrás sus diferencias y trataron de lastimarme. Toda clase de misiles volaban hacia mí, pero no servían de nada. Trataron con químicos y agentes biológicos, pero sucedía lo mismo. Reduje a Tehran en un cúmulo de cenizas en menos de una hora. Localicé todas sus bases y las reduje a polvo. Hice lo mismo con la flotilla estadounidense y sus aviones. No tenían nada en su arsenal para una luz intensa seguida una larga sábana de fuego. Frente a la prensa declaré el nacimiento de mi imperio. Todos aquellos que deseaban unirse tenían derecho a decir y hacer lo que dictara su Voluntad, pero no tenían derecho a forzar a nadie a hacer nada que no quisieran. Toda disputa debía resolverse con honor, mientras que toda trasgresión de sus principios podía ser castigada por mí con la muerte. No era su Dios, no estaba ahí para juzgarlos ni redimirlos, y sólo les prometía libertad mediante el honor y, a cambio, sólo exigía fidelidad. Libertad, Honor y Fidelidad.

El imperio del Sol no tardó en ser atacado. China avanzó su ejército, junto con una unión entre Rusia, Estados Unidos, Norcorea y la OTAN. Tíbet estaba en medio de todo. Mi estrategia era sencilla, destruí todos los satélites, después continué con los grandes pozos petroleros y finalmente me enfrenté a sus flotillas y armadas. Terroristas suicidas chinos se hacen estallar en las ciudades y campamentos del Tíbet para generar miedo entre mis súbditos. Castigué a China al destruir sus redes eléctricas e incendiar sus campos.

No quería matar gente inocente, pero era inevitable. Durante las batallas, mientras me sumergía en el océano para destruir submarinos y barcos, perdí mi furia. Peleaba, pero no tenía la necesidad de hacerlo. Estaba desapegado de mi violencia. No sentía frustración cada vez que había un atentado en mis ciudades sagradas. No sentía enojo cuando veía a los soldados siendo mandados a misiones suicidas.

Entre 2012 y 2020 se sucede una guerra irregular. Maté millones de personas con mis propias manos. El sabor de la sangre ya me era natural. El olor de los cadáveres ardiendo en llamas no me causaba escozor. En cada silo de misiles que encontraba sacaba los misiles nucleares y los hacía estallar en el espacio. La economía mundial se vino abajo y siguieron años muy difíciles.

El Papa llamó a una cruzada contra Solaris y sus seguidores. Harto de los extremismos religiosos volé al Vaticano y le arranqué la cabeza. La hice rodar por la plaza mientras derrumbaba cada edificio del vaticano. Les di una oportunidad a los habitantes a dejar la ciudad en menos de un día. La migración fue masiva, salvaron las piezas de los museos e incluso les ayudé con mi velocidad extraordinaria para que terminaran más rápido. Luego de eso destruí todos y cada uno de los edificios hasta que todo el Vaticano quedó reducido a una planicie. Aquello no sería suficiente, por lo que avancé sobre Jerusalén para hacer lo mismo y después sobre la Meca. Su Dios no existía, había muerto, ahora sufrían las consecuencias de su odio y su ceguera, el karma venía a reclamar lo suyo.

En el campamento a las afueras del palacio Solaris un grupo de científicos, devotos a mí desde mis inicios. Me ofreció resolver la crisis energética. Diseñaron paneles solares que, si se colocaban cerca del Sol, podían transformar energía que sería guardada en grandes baterías que podía llevar y traer del espacio. Acepté encantado y, cuando comprobamos que funcionaba, ofrecí energía gratis a todo ser humano en la Tierra.

La limpieza, sin embargo, continuó por muchas décadas. Cada vez que un gobierno no aceptaba mi imperio como una forma jurídica recibía su castigo y miles morían en menos de una hora. Prohibí las invasiones militares y cualquier tipo de maniobra militar en general, pero continuamente sucedían en toda clase de países, por lo que la masacre continuó. Tenían que estar demasiado desesperados para atacar, pero lo a veces hacían. En ocasiones volaba al espacio y me lanzaba a toda velocidad como un meteorito para hacer retumbar la tierra y destruir todo el perímetro.

Cuando no estaba matando gente atendía mis meditaciones con mi Lama o asistía a la mejora de los paneles solares, o ayudaba a arar la tierra en países pobres. Podía arar miles de hectáreas en cuestión de minutos usando un azadón gigantesco. Llevé agua potable a todas las ciudades y pueblos e hice lo posible porque la purga fuese lo menos violenta posible. Del 2012 al 2060 fueron conocidos como los años de sangre. Un reinado violento por el emperador del Sol. Un reinado de justicia y temor.

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