La lógica es bastante retorcida. Se prohibe, es decir, se excluyen las actividades que podrían en un dado caso excluir a ciertas personas. Los cristianos no pueden celebrar sus fiestas, los musulmanes tampoco, los judíos no les dicen nada por consabidas razones. La perversión es la siguiente: Si yo no soy cristiano, ¿en qué me afecta que un cristiano me deseé bendiciones de su dios? No me afecta en lo absoluto, es un buen deseo. Me afectaría si me persiguieran para quemarme en una hoguera, pero son buenos sentimientos. ¿Quién se ofende cuando un judío se viste de manera tradicional y nos desea un feliz hanuka? Eso no me hace ni judío, ni menos persona.
En Estados Unidos tenían unos veinte minutos para rezar. En todas las escuelas y en todos los salones. Lo quitaron, y quizás tenga sentido que se quite, pues el Estado debería ser laico. Hay una línea, sin embargo, entre el laicismo y la intolerancia religiosa. Si el Estado obliga a los niños a rezar no es laico, pero si les prohibe rezar si alguno así lo desea, entonces no es laico, es intolerante. Lo mismo pasa con las chicas musulmanas y el hijab. ¿A quién le afecta ese pañuelito? Malo si obligaran a todas las mujeres a vestirse igual.
"Se prohibe prohibir" es a su vez una prohibición. En todo caso habría que decir "se prohibe la coerción", pues ahí sí existe violencia. Claro que los culturalmente neutros, aquellos que no se atreven a decir que partes del Islam son barbáricas, o que parte del judaísmo es primitivo, pero que a su vez buscan censurar a los que critican el Islam o el judaísmo, no buscan anular la coerción. Al contrario, los culturalmente neutros buscan poder coercitivo bajo la máscara, perversa y retorcida, de la tolerancia.
Lo políticamente correcto es política, y es una especie de política muy dictatorial que, bajo el disfraz de la tolerancia, persigue a todos aquellos que usan su libertad de expresión para criticar alguna cultura. Lo políticamente correcto es el hijo intelectual de Gramsci, nace de su teoría donde la revolución del proletariado no se ha dado aún de manera global porque la cultura necesita ser modelada al modo marxista. Por eso debajo de lo políticamente correcto encontramos distintas interpretaciones básicamente marxistas de la historia. Tenemos, por ejemplo, a la historia como la lucha entre los blancos esclavistas y los negros (curiosamente la mayor cantidad de traficantes de esclavos eran judíos, pero eso, claro está, se les olvida). También tenemos a la historia como la lucha entre los géneros. Tenemos a la historia como la lucha entre las sexualidades. En fin, luchas de toda clase.
La tolerancia no es buscar el lugar neutro donde nadie se ofenda, porque eso no existe. Yo me ofendo cuando el Estado obliga a los burócratas quitar cualquier señal de su religión, porque no me afecta que cuelguen cruces y virgencitas, pero sí me afecta que el Estado recurra a la persecución aún cuando los perseguidos no son de mi fe porque, en el fondo, sé que tarde o temprano el Estado haría lo mismo con los thelemitas.
La tolerancia no es forzar a todos a ser iguales, al contrario, la tolerancia es aprender a vivir juntos aún cuando somos muy distintos. Hay mucho de responsabilidad en la tolerancia, y también de conceder ciertas cosas. Hay que saber concederle a los creyentes el gozo espiritual de sus prácticas religiosas sin recurrir a denigrarlos o arruinarles el día, basta con que a uno no lo incluyan y asunto arreglado. Tolerar es respetar a los demás de las maneras particulares y únicas como son, no respetar a los demás por lo más bajo que compartimos entre todos, al contrario, celebrar lo mejor que hay en cada uno de nosotros aún cuando aquello que es mejor en cada persona difiere en cada uno.
Lo culturalmente neutro, lo que no es ni anti-X o pro-X es una enfermedad que deriva en la dictadura y en la miseria del espíritu.
Sebastian Ohem 93 93/93
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