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thelema en español: Pagana Edad Media I Los fieles de Amor

sábado, 27 de diciembre de 2008

Pagana Edad Media I Los fieles de Amor

Una muestra de la universalidad de Thelema y de como, en muchos sentidos, ya preexistía la noción solar que a Thelema le es central. Es un poco largo, pero vale la pena. El énfasis es mío. El autor original no lo conozco, tengo la sospecha que proviene de René Guenon, el tradicionalista, o bien él es el autor, o bien se trata de una reseña, pues he leído esto de manera casi idéntica en "el esoterismo de Dante" de Guenon, y también en otro autor, igualmente tradicionalista, Julius Evola en "el paganismo de la edad media".

Tomado de: http://loto35loto.spaces.live.com/Blog/cns!6FD7F36D37A8F0A8!4662.entry?sa=741082255

LOS FIELES DE AMOR....(DEL AMOR Y LA GUERRA)
La caballería –especialmente la caballería errante- no fue solamente una creación literaria sino que inspiró a buen número de representantes de la casta guerrera a recorrer los caminos ofreciendo sus actos cotidianos a su dama.

Desde el siglo XII existieron las llamadas “Cortes de Amor” formadas por damas de la aristocracia de los castillos que juzgaban episodios reales o ficticios, donde el fondo era siempre el mismo: si el caballero había actuado conforme a las “leyes del amor” al protagonizar determinado episodio con una dama. André le Chapelain cita veintiuno de estos juicios en la Francia del último tercio del siglo XII. La protagonista indiscutible de estas cortes es Leonor de Aquitania, nieta del primer trovador, el duque de Aquitania Guillermo IX, que fue luego esposa del rey franco Luis VII y luego, repudiada por éste, casó con el Duque de Normandía, Guillermo Plantagenet, coronado en 1154 rey de Inglaterra.

Sería imposible entender el concepto medieval del amor recurriendo a las nociones modernas. Recordemos a Dante: durante su juventud ve, no más de unos pocos minutos y en una sola ocasión, a Beatriz Portinari. Y el gran gibelino hace de esa imagen su “dama del alma”. Otros muchos, antes y después suyo, “adoptaron” como sus damas a mujeres lejanas, incluso esposas de reyes y nobles, con las cuales no podían tener, efectivamente, ningún contacto carnal. No es que lo excluyeran, es que todo induce a pensar que la “dama” era la sublimación de algo más que un rostro hermoso. Los estudios de Luigi Valli sobre la cofradía de los “Fieles de Amor” lo confirmaron a principios del siglo XX.

Los alquimistas sublimaban el mercurio, lo purificaban hasta que este proceso les permitía crear un catalizador capaz de transformar plomo en oro. O al menos tal era la teoría alquímica que ocupó a las mejores mentes científicas de la Edad Media y el Renacimiento, desde Raymond Llull hasta Newton. Dos extraños tratados alquímicos, “El Mundo Mágico de los Héroes” de Césare della Riviera y el anónimo “La Antigua Guerra de los Caballeros”, relacionan extrañamente el arte de la guerra con la “purificación del mercurio”, eje central de la teoría hermética. Todo induce a pensar que Dante, los Fieles del Amor y el papel de la dama en la caballería errante, eran otras tantas traducciones del mismo tema a la literatura propia de la casta guerrera.

Lo que los relatos de caballería afirman es la necesidad de “depurar el amor”, desplazar todas las metas del caballero errante, de sí mismo a “su dama”. En realidad, el lema de la Orden de los Caballeros Templarios era elocuente: “Nada para nosotros, Señor, sino para mayor gloria de tu Santo Nombre”. En la predicación de San Bernardo promocionando a la Orden del Temple se encuentra ya un desmesurado culto a la Virgen Maria –Notre Dame- como no encontramos antes en la historia de la Iglesia. Decir que la “Virgen” supone integrar el “aspecto femenino de Dios”, tal como ha hecho el autor de “El Código Da Vinci”, supone una verdad parcial. Era algo mucho más profundo lo que implicaba esta teología. El caballero ofrece sus victorias, sus gestas y sus hazañas a la “dama”, a una dama concreta, realmente existente, pero siempre inaccesible. No es, pues, de una dama física de la que está hablando; pero la literatura medieval insiste en la idea de “unirse con la dama”. Así pues, se trata de un “matrimonio”, una “cópula” o una “unión carnal”… A poco que se penetre en la literatura medieval, se percibe que las alusiones a la “dama” y al “grial” son exactamente las mismas. Evola lo explica así: “La “Dama” a la que se jura fidelidad incondicional y a quien uno se entrega haciéndose cruzado, la “Dama” que conduce a la purificación (que el caballero considera como su recompensa y que le vuelve inmortal cuando muere por ella), es en el fondo el equivalente al mismo Grial”. El culto a la “dama”, propio de la caballería medieval, fue llevado tan lejos que puede parecer aberrante si hacemos abstracción del sentido simbólico y de la alta doctrina metafísica que transmite. Dice Evola: “A la “Dama” se dejaba el juzgar sobre el valor y el honor de los caballeros, y, según la teología de los castillos, no era dudoso que el caballero muerto por su “Dama” participase del mismo destino de inmortalidad bienaventurada asegurado al cruzado muerto por la liberación del Templo de Jerusalén”.

Luigi Valli ha demostrado que todas estas alusiones a la “dama” encubrían una doctrina que la Iglesia hubiera considerado herética e inadmisible y, por tanto, se expresaba en forma de símbolos y alegorías por los Fieles de Amor y la caballería gibelina. Renunciando a sí mismo y a cualquier pulsión egocéntrica, no queriendo nada para sí sino todo para su “dama”, buscando acrecentar el desinterés por lo propio y la entrega a la “dama”, el caballero iba purificando su intención y su voluntad. En realidad, la “dama” no estaba fuera de sí mismo, sino dentro de su propio ser, de la misma manera que el mercurio y los carbones no debía buscarlos el alquimista en la Naturaleza sino dentro de sí, como alegorías simbólicas a su espíritu. Estos mismos alquimistas comparaban la “dama” con el “mercurio”, y a ambos con la Luna. La mujer está sometida a ciclos como la luna y, por tanto, es mutable como el mercurio que, por lo demás, tiene el mismo brillo lunar. “Purificar el mercurio” suponía para la literatura hermética y para la literatura graélica y las obras posteriores de los Fieles de Amor gibelinos, la posibilidad de fijar el flujo mental cambiante, caótico y desenfrenado inicialmente, para convertirlo en sólido, estable y “puro”. Se trataba de favorecer un tipo de pensamiento no dual, no condicionado por los dos hemisferios cerebrales, sino surgido de algo más profundo y auténtico: de ese núcleo interior de la personalidad del que frecuentemente no tenemos sensación de su existencia, pero que se ha llamado “alma”, lo permanente y trascendente de la personalidad. Dado que el cuerpo y el alma, la materia y lo sutil, están demasiado alejados para tener mutuamente conciencia de sí, la metafísica hermética y la metafísica del Grial habían elaborado una teoría sobre el “espíritu” como pieza intermedia que comunicaba a uno con la otra. Pero, inicialmente, ese espíritu (el flujo mental, los valores, los pensamientos, la psicología interior) estaba demasiado cerca de la materia para que pudiera tener noción del alma. De ahí que fuera preciso “purificar” el espíritu, el “mercurio”, el “culto a la dama”, hasta convertirlo en un “cuerpo” capaz de percibir la trascendencia del alma. Es significativo que la literatura graélica, trovadoresca, los textos de los Fieles de Amor y de la caballería gibelina, califiquen frecuentemente a la dama como “dama del alma”, no en un sentido romántico, sino como una alusión a que el alma del caballero y su “dama” eran una sola y misma cosa. Se alcanzaba a la “dama” purificando la vida y la vida eran las hazañas, los retos, las “pruebas”, en definitiva, que el caballero debía atravesar en el curso de su aventura heroica.


Este tema era una constante de la literatura heroica desde la más remota antigüedad: es Hebe, la eterna juventud, que se convierte en esposa de Hércules; es Atenea que sirve de guía al héroe; es la Freya nórdica diosa de la luz eternamente cortejada por los seres elementales que en vano intentan conquistarla; es Brunilda que Wotan destina como esposa para el héroe que cruce la barrera de fuego que protege el Walhala; es Sofía, la “santa sabiduría” de la tradición gnóstica alejandrina; es un tema eterno que acompaña a la literatura heroica.

Conquistar a la dama es consumar un viaje hasta el fin de la propia interioridad, coronar una trayectoria de purificación y renuncia a lo mundano que, finalmente, permite unirse con ella. Sí, porque, si bien la caballería errante se forjaba una dama inaccesible, en la literatura graélica, finalmente, se produce la unión física entre el “caballero” y la “dama del alma”. Hay que entender, por ello, la integración de los tres niveles de la personalidad: el cuerpo físico, el espíritu (o mente y voliciones) y el alma (o parte trascendente). El primero se une con la “dama”, el alma, cuando la “aventura” purificadora ha conseguido cambiar la naturaleza del espíritu y, de ser un elemento que vaga siempre cambiante como los pensamientos, ha pasado a tener una estabilidad similar a la que el cubo geométrico tenía para los maestros canteros cuando eran capaces de transformar la piedra en bruto. En la civilización estamental medieval, el Ars Regia, el “arte regio” o “arte real”, la alquimia, tenía su eco en el “arte de la guerra”, en la lucha de los caballeros en conquistar a su dama, pero también la idea de purificación del mercurio o la idea de purificación mediante la prueba heroica estaba también presente en la “función productiva”, el tercer estamento, con una modalidad adaptada a su quehacer cotidiano: si la guerra y el combate suponían la posibilidad transmutatoria para el caballero, el trabajo con el cincel y el martillo sobre la piedra ofrecía al cantero y a la sociedad gremial el símbolo de una piedra en bruto (el espíritu antes de proceder a la purificación) capaz de transformarse en piedra cúbica (el espíritu purificado y estabilizado) para construir una catedral (la unión del caballero con su dama o bien la unión del mercurio con el azufre en la operativa alquímica).

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