0=2 Manifestación implica ilusión
Por: Juan Sebastián Ohem.
Por: Juan Sebastián Ohem.
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Antes de comenzar habría que hacer dos notas aclaratorias para centrar el discurso en ciertos significados, en particular el término “manifestación” y el de “lenguaje”. Por manifestación quiero decir todo aquello que es perceptible por los sentidos, la imaginación o el intelecto, el unicornio es una manifestación (aunque no podamos tocarlo u olerlo) porque se representa en la imaginación. Debe hacerse notar también que “manifestación” no pretende ser un concepto que denote alguna certidumbre ontológica, no quiero decir que las cosas no existan en sí mismas sino que sean una construcción de la mente a partir de categorías a priori, ni a la inversa, no deseo hacer afirmación alguna de esa clase.
Por “lenguaje” no me refiero únicamente al lenguaje hablado o escrito, es decir, a la palabra, sino que incluye todo cuanto desee hacer saber algo, o querer decir algo, toda afirmación, aún siendo extra-lingüística es una forma de lenguaje. Como ya demostró hábilmente Marshall McLuhan, el medio es el mensaje, o bien el medio es en sí mismo un mensaje, la televisión es un medio pero a la vez la existencia misma del televisor implica a su vez una serie de situaciones sociales, económicas y tecnológicas que hacen posible su existencia. El que una persona tenga un televisor es a la vez una afirmación sobre su procedencia, su nivel de ingresos, su posición dentro de la sociedad, etc. La ropa es un medio que informa nuestros gustos e incluso en ocasiones posee consignas, quiere manifestar algo, y es por ende una forma de lenguaje.
Aleister Crowley comienza su “Liber ABA” con una apreciación muy adecuada sobre la religión, todas tienen en común que “la existencia, como la conocemos, está llena de dolor”. La religión supone que puede aliviar el dolor, sea mediante una técnica o prometiendo una compensación tras la muerte en otra existencia que ya no tenga dolor.
La evidencia de que existe el dolor es obvia para cualquiera, algunos sabios, como Buda, han llegado a afirmar que “la existencia es dolor” (la primer noble verdad), si bien todos están de acuerdo con lo mismo, ¿porqué la existencia es dolor, o bien porqué está llena de dolor?, ¿cuál es la raíz de esto, o de donde brota el que necesariamente la existencia implique dolor? La pregunta es de raíz ontológica, preguntamos por la naturaleza de la realidad, sabemos al menos dos cosas, primero que hay “existencia” y segundo que hay “dolor”, no sabemos qué quieren decir esas palabras, pero al menos ya tenemos punto de comienzo.
La existencia es manifestación y todo filósofo más o menos culto estará de acuerdo. La manifestación implica que percibimos los entes, el cómo los percibimos varía dependiendo de la escuela de filosofía, pero lo que percibimos, o bien no es confiable, o bien es incompleto. La manifestación es pues cuando algo se muestra, se deja ver o “revela”, pero a la vez queda una parte que está oculta, develada. La manifestación es pues, ilusión, pues en la ilusión se ve algo, pero aquello que se ve, o bien no es la cosa real, o bien no muestra su totalidad, como un truco de magia donde vemos un fenómeno, pero no captamos el todo.
Si la realidad, la existencia misma, es ilusión, es tan solo natural que exista el dolor, pero ¿por qué tiene que seguirse necesariamente que la ilusión cause, de un modo o de otro, el dolor? Buda consideraba que la Voluntad es la causa de todo dolor, y más particularmente el deseo, la apreciación, semejante a la de San Agustín, los profetas hebreos y todo hombre santo, merece mayor inspección.
Los budistas, como los hindúes, concebían al mundo como un flujo de instantes, cada instante se creaba y destruía, el paso del tiempo, el flujo de momentos presentes implicaba creación y destrucción continua. La paradoja del presente es perenne a la humanidad, ¿cuánto dura el presente? Es la pregunta sin respuesta.
Dado que el momento presente pasa, se destruye continuamente, el deseo implica dolor, cuando deseamos siempre deseamos-algo, es decir, hay intencionalidad, deseamos alguna cosa o estado, tal cosa existe en el mundo, pero dado que el mundo es un flujo de instantes, deseamos un instante y, cuando el instante se destruye (cuando ya es parte de lo que denominamos “pasado”) nuestro deseo queda en la nada, frustrado por completo. La posesión es pues, en el más correcto sentido, imposible, pues si las cosas cambian continuamente, lo que poseemos deja de existir en un instante, pues lo que poseemos es un instante.
Esto es a un nivel ontológico, un ejemplo común de la vida cotidiana sería desear alguna casa o algún otro objeto material, tarde o temprano el objeto deja de existir, o deseamos algo distinto, o bien cuando deseamos un estado de conciencia el estado de conciencia (sea el sueño, el buen humor, etc.) pasa y se convierte en pasado, nada está inmóvil y todo fluye como dice el kybalion.
Ahora bien, si existencia es manifestación, y manifestación es ilusión, y más importante aún, el deseo de la ilusión implica inmediatamente el dolor, aún queda por saber ¿porqué la realidad es de este orden? Es decir, aún sabiendo porqué la ilusión invita al dolor, ¿por qué tiene que ser así la realidad? Aquí cabe distinguir dos respuestas, la breve y la compleja. La primera de ella es que la realidad no “debe” ser absolutamente nada, el “deber” es una arbitrariedad que inventamos en torno a un sistema de valores, igualmente arbitrario que no existe realmente, de modo que la realidad es lo que es, no lo que “debería” ser, que por cierto, el “deber ser” es, por lo general el “querer ser” de quien lo enuncia. Ahora la respuesta más compleja:
La “realidad” es una palabra que empieza con “r”, se compone de ocho letras y pertenece a la lengua castellana. ¿Por qué describí “realidad” de esa manera y no de otra? Porque todo depende del punto de vista, “realidad” es una palabra, toda palabra pertenece a algún idioma y se compone de letras y sílabas, etc., pero lo que esa palabra “designa” o “da a entender” es otro tema por completo. La Historia de la filosofía, desde quinientos años antes de Cristo hasta comienzos del siglo XX se preguntó por la “realidad”, palabra que si bien es empleada con extraordinaria frecuencia, su significado es igualmente elusivo. Y lo es precisamente porque toda manifestación es ilusión.
La palabra “realidad” existe, y en la medida en que existe se manifiesta, la leemos, más o menos la comprendemos en torno a lo que hemos aprendido de nuestro idioma, de lo que hemos visto en usos lingüísticos de diversos autores o en el mundo cotidiano, pero justamente en la medida en que se manifiesta, se oculta. El lenguaje no es solo un conjunto de símbolos, sino que es lo que deseamos decir, la esencia del lenguaje es “querer decir algo sobre algo a alguien”, en la medida en que es un “querer”, es decir, que nace de una volición o deseo, el lenguaje no puede, dado que las palabras son inertes y corresponden a otro “plano” que la Voluntad, reflejar plenamente el deseo. Ciertamente podemos sostener conversaciones y, frente a cualquier señal de confusión, podemos seleccionar nuevas palabras para tratar, lo más posible, de aclarar nuestros deseos, tales conversaciones son posibles, no porque el lenguaje sea fiel representación objetiva de lo que se quiere decir, sino porque a lo largo de los siglos hemos estipulado un sistema de comunicación basado en signos y palabras y todos más o menos entendemos lo mismo cuando escuchamos “está lloviendo”, nos “acostumbramos” a acercarnos al lenguaje desde lo que, arbitrariamente, llamamos “sentido común”, de modo que frente a tal expresión no desmenuzamos los componentes gramaticales, sino que sacamos un paraguas.
¿Cómo podemos hablar de lo que se manifiesta sin caer en la ilusión? No podemos, es literalmente imposible usar el lenguaje para decir lo que la realidad es. Cabe añadir además que “realidad”, “existencia”, “ser”, y muchas otras palabras semejantes, son al final la misma cosa, lo que comúnmente comprendemos por “realidad” es el conjunto de las cosas que son o existen. Pero no podemos hacer otra cosa que dar acercamientos o interpretaciones, desde ciertos puntos de vista, con la esperanza de que se comprenda lo que deseamos expresar, de modo que aún si podemos describir existencia como manifestación, no llegamos al fondo el asunto, precisamente porque la manifestación es ilusión. En otras palabras, dado que lo que es, o lo que existe, o lo que denominamos bajo la categoría de “realidad” es manifestación, es una representación, y no una presentación, la diferencia se encuentra en la partícula “re”, es decir, que la manifestación es un revelamiento, pero el revelar implica que algo está oculto. Este es, además, el sentido originario del concepto “verdad”, que en griego es “aletheia”, literalmente “descubrir” o “desvelar”, “a” es una partícula de negación y “letheia” es cubierto o velado, quitar el velo, o mejor dicho, ir quitando velos lo más posible es todo lo que podemos hacer.
Este es el sentido del silencio de Harpócrates, la ilusión es indescriptible, la realidad es indescriptible justamente en la medida en que toda descripción depende del lenguaje, y dado que el lenguaje es un “querer” decir, entonces lo que se intenta es imponer la voluntad por sobre la manifestación, esto hace que se oculte lo que está debajo del velo, la mejor manera, y la única, para descubrir o desvelar la realidad, no es hablando por ella, sino callando y escuchando, dejar que ella hable. A esto se le llama la “hermenéutica del escucha”, decir qué es el ser no resuelve nada, hay que dejar que el ser nos hable.
Esto ciertamente suena poético, y lo es, pero es importante destacar que, incluso en el lenguaje podemos experimentar la angustia originaria, tratando de responder a la pregunta del porqué la realidad debe o necesariamente es ilusión y dolor, caemos en la angustia de no poder responder positivamente, sino simplemente señalar el silencio sagrado, o bien determinar hasta qué punto se puede hablar sin caer en hacer poesía y porqué se da este fenómeno.
Aún no hemos descubierto porqué 0=2, ésta es la ecuación de la realidad. El ser habla y dice 0=2 (sobre cómo habla el ser, o cómo dejar que el ser hable, es cosa para otro momento, basta decir a grandes rasgos que es Magick). La nada se convierte en dos. ¿Qué es y porqué el dos?
Si la manifestación implica ilusión entonces la manifestación implica dos cosas, lo que se manifiesta y lo que se oculta. Dicho de otro modo, no hay dos pensamientos idénticos, incluso no hay un pensamiento que no sea contradictorio en si mismo. Dado que toda manifestación es, al menos, dos cosas, lo que se oculta y lo que se manifiesta, y he dicho “al menos” en tanto que, de aquello que se manifiesta podemos hacer infinita cantidad de interpretaciones desde infinitos puntos de vista, toda verdad es media verdad y toda paradoja es reconciliable (otra cita del kybalion). Como dicen los místicos, el silencio no puede ser enseñado, únicamente escuchado, y la respuesta este enigma es la respuesta a todas las preguntas.
Sabiendo que la manifestación es ilusión es simple deducción que el que todas las religiones enseñen a no depender de lo que se desea, en inglés “dettachment”, no es tanto el no desear (que es imposible), sino el no depender de aquello que se desea. Retomando el ejemplo original de quien desea una casa y tras una tormenta ésta se destruye, la persona sufre porque el tiempo se llevó aquello que deseaba, aquello de lo cual dependía, el tiempo es en este caso el verdugo. Esa persona, de haber sido un budista simplemente hubiese empezado a buscar un hotel donde pasar la noche, sin depender de aquellas cosas que el tiempo se lleva cual río que arrastra con él todo aquello con lo que entra en contacto.
El escepticismo oriental es claro, sobre todo en el pragmatismo de Buda, en cortar de raíz el problema, si la manifestación es ilusión, es mejor no desear nada, o bien no depender de la cosas deseables. Esta característica universal podría pasar desapercibida en Occidente de no ser por los grandes santos, por ejemplo católicos, que comprendieron esta verdad universal, aunque la expresaron de distinto modo.
El santo católico ama a todos los individuos, pero su amor no depende de ser correspondido. Ésta práctica desafía al más severo de los yoghis, cotidianamente amamos a quienes nos aman, y el no ser correspondidos nos llena de dolor pues amamos de modo grosero, ese amor vulgar depende de la correspondencia, es decir, dependemos del amor de la otra persona, creyendo falsamente que el amor es una situación que únicamente se da entre dos personas. El santo católico ama sin depender de si es amado por los demás o no.
La castidad es otro ejemplo, ésta virtud se ha malentendido gravemente, como es usual, por perder de vista las sutilezas y, en un arranque de “sacar el problema de raíz” se llega al legalismo carente de espíritu. La castidad no es sinónimo de abstinencia sexual, sino de capacidad de control, por ejemplo, el saber canalizar la energía sexual es clave para una sexualidad sana, como cualquier psicólogo competente podrá afirmar, pero la represión de la energía sexual únicamente conlleva la frustración y degeneración mental que da pie a toda clase de monstruosidades. La castidad es un auto-control, más cercano al concepto griego de la “mesura” que con la negación católica de los impulsos inconcientes. Los griegos concebían a la moral, no como un sistema de valores estáticos, sino como un camino a la felicidad, todos estaban de acuerdo en algo básico, y es en la mesura. Sócrates ejemplifica la mesura con la sabiduría del caballo, ¿cuánta agua bebe un caballo? Esta pregunta puede dar pie a toda clase de especulaciones, responderíamos en litros, o interrogaríamos por el tamaño del caballo, sobre si hace calor o frío, si se ha ejercitado, etc., la respuesta es, como siempre, más sencilla de lo que parece, el caballo bebe tanta agua como sea necesaria, ni más ni menos. No se ahoga bebiendo hasta que no pueda caminar, pero tampoco bebe tan poco que tenga que descansar continuamente. La capacidad para no depender de los deseos, de saber cuándo y cómo “desembarazarse” de los deseos terrenos es una habilidad necesaria para comprender cómo disolver la ilusión.
La práctica de meditación y “desapego” cumple otra función, una más profunda. Toda tesis implica su antítesis, y ésta su síntesis. Toda afirmación posee su negación y ésta posee su superación. Este proceso dialéctico existe en muchos niveles y sentidos, no es exclusivo de los movimientos o cambios culturales, implica una raíz más profunda, que toca el corazón de lo que denominamos “realidad”.
Todo juicio es un entimema, esto quiere decir que toda afirmación implica más que su contenido propio, por ejemplo “el cielo es azul” no hace referencia únicamente a “el cielo” o al color azul, sino que supone de antemano que es posible detectar colores, que el ojo se encuentra lo suficientemente capacitado como para percibir ciertas radiaciones y ondas, de hecho es probablemente accidental que el cielo sea azul, ya que los colores, como tales, no existen, son ondas a cierta frecuencia. Implica a su vez es posible determinar con objetividad que existe algo que llamamos “cielo”, como si éste no fuera más que un conjunto de moléculas de oxígeno, hidrógeno, carbono, etc., que arbitrariamente denotamos “cielo”.
Lo importante es destacar que todo juicio presupone toda una serie de implicaciones epistemológicas y metafísicas, tales suposiciones descansan sobre ciertos principios, pero tales principios son aceptados de modo arbitrario, a esto llama Kant las “antinomias del conocimiento”. Es posible sostener dos edificios conceptuales, dos sistemas filosóficos internamente coherentes, pero que concluyan proposiciones diferentes, una concluye que el cielo es azul y el otro que el cielo es turquesa. La diferencia radica en que cada sistema se construye sobre principios que, precisamente en la medida en que son principios o fundamentos, no pueden ser demostrados, sino que todo se debería demostrar a partir de ellos.
Es por eso que todo juicio implica su propia negación, todo pensamiento de cualquier clase, e incluso las emociones mismas implican su negación. “Afirmaciones” no son solo las que emitimos en los juicios u oraciones, nuestros sentimientos afirman que nos sentimos de cierto modo, nuestros hábitos, conducta e incluso lo que vestimos, sostienen que afirmamos que X o Y debe ser mejor que A o B. La vanidad de creer que tal afirmación debe ser aceptada por todos es el nacimiento de la tiranía, y, a un nivel más existencial (o espiritual), del dolor.
Confundir la afirmación por “verdad absoluta”, o en otras palabras, tomarnos las cosas demasiado en serio, es la cuna de todos nuestros problemas. Por ejemplo, si alguien nos choca el auto en el estacionamiento salimos furiosos a discutir con el automovilista. La reacción inicial es de furia, pues se tiene la idea de que el conductor lo hice adrede para lastimarnos, y porque se tiene la idea que el automóvil es más que una simple herramienta, es una afirmación de nuestro ser. La estimación según la cual el fenómeno merece nuestras energías emocionales y físicas a tal magnitud es una afirmación, y toda afirmación es una manifestación, y toda manifestación es ilusión, existe si queremos que exista.
Es por ello que no se puede reducir la ilusión, el “2” a un “1”, ya que el 1 es manifestación e implica ilusión. ¿Qué hay “más allá” del uno? Ninguno. Ésta misma idea es más clara en el idioma inglés, el 1, toda manifestación es “something” (“some” algún o alguna, “thing” cosa), la negación de esa manifestación sería otra manifestación, aunque en el sentido inverso, lo que queda “más allá” es “nothing” (traducido literalmente como “nada”, aunque pierde su sentido originario), “no” de negación y “thing” de “cosa”. El lenguaje únicamente puede referir manifestaciones, cosas, ilusiones, pero existe algo más allá del lenguaje, la frontera apenas es legible mediante el lenguaje (sobre todo haciendo uso de la poesía), pero es sencillo conocer que existe algo más allá del lenguaje justamente en la medida en que el lenguaje es “querer” decir algo sobre algo a alguien, ese “querer” implica dimensiones ajenas al lenguaje.
Por eso para los místicos cabalísticos Dios se identifica con la Nada más allá de las sephirot o manifestaciones. De la Nada proviene la manifestación, 0=2 es la antigua explicación de los hebreos en el génesis, la creación de la nada o ex nihil, un rompecabezas teológico que no se pudo resolver en dos mil años, aunque los místicos poseyeron desde siempre la respuesta.
Una manera sencilla de demostrar la “creación ex nihil” es observando el lenguaje, pasamos del “querer” que no puede ser manifiesto tal cual es, es decir, no puede ser presentado, sino re-presentado, a las palabras o afirmaciones extra-lingüísticas (como la conducta, hábitos, gustos, etc.). Hay que admitir que no es completamente correcto afirmar, como hice anteriormente, “del “querer” que no puede ser manifiesto tal cual es”, porque hasta cierto punto el “querer” no “es”, el ser pertenece al lenguaje, o mejor dicho, el ser habita en el lenguaje.
Ese “querer” únicamente se manifiesta (es decir, cumple 0=2) cuando el querer posee un propósito ajeno a sí mismo, distinto a sí mismo, esa distinción o diferencia marca por un lado lo que no es, y por el otro lado hace del querer un “querer referencial” y no “en sí mismo”, es real en la medida en que refiere a algo distinto de sí. Por eso está escrito, en I:44 que el querer puro, rescatado de la lujuria del resultado (referencia al futuro, y más precisamente, referencia a un futuro que concebimos o afirmamos, pues el futuro “aún no sucede), libre de propósito (no referido a las circunstancias o contexto histórico del sujeto, es decir, no referido al pasado) es perfecto. También se nos dice en el versículo siguiente que el perfecto no es “dos”, no es manifestación (que implica ilusión), sino que son ninguno. El 0 está fuera del lenguaje, no se manifiesta, es lo que normalmente llamamos la dimensión divina o lo divino.
Si el lenguaje no puede presentar a lo divino, sino que puede simplemente llegar al límite de sí mismo, a la frontera donde termina el lenguaje y comienza lo divino, ¿cómo alcanzar lo divino? En Thelema, aunque podría argumentarse que esto se repite en todos los credos en mayor o en menor medida, se alcanza al llevar al individuo hasta la frontera del lenguaje mediante la poesía, ya estando en la frontera el individuo se lanza al abismo, derrama su sangre en la copa de la Gran Ramera y beben juntos, siendo admitido así a la ciudad de las pirámides.
La poesía, sin embargo, al igual que el “lenguaje” no debe entenderse, en el presente ensayo simplemente como un estilo literario, se distingue, más allá de las técnicas y rimas, porque hace chocar al lenguaje consigo mismo, constantemente florece e intenta superarse a sí mismo, expone lo que no puede ser expuesto mediante el lenguaje ordinario, intenta mostrar o presentar, pero no manifestar o re-presentar, juguetea pues con la línea entre el 0 y el 2.
La poesía, como el lenguaje, puede ser llevado más allá de las palabras, y se convierte así en Magick. Mediante Magick el adepto se acerca cada vez más al abismo y hacia la iluminación, busca la conversación con su santo ángel guardián, ese conocerse así mismo o revelarse a sí mismo y efectuar su verdadera voluntad. La Magick, incluyendo la forma más ritual, no es una operación mecánica, sino orgánica, se entra en juego con formas y energías no de la misma manera en que uno interactúa con la energía al encender la computadora o al hacer uso de cualquier maquinaria, sino que interactúa a otro nivel. Ese otro nivel es fácilmente entendible cuando observamos la relación entre seres orgánicos, por ejemplo dos células que se unen y se distribuyen energía, las flores que interactúan con las abejas al ofrecerles su polen y se multiplican de esa forma tan natural. La Magick es pues, un ser vivo que es alimentado y fortalecido, es a la vez poesía en movimiento y, sobre todo en su forma ritual, busca que toda acción, por más mínima que sea, tenga una función, un simbolismo más profundo, como el del lenguaje poético.
Éste es otro sentido por el cual Thelema une filosofía, religión y arte. Para otra explicación alternativa sobre porqué Thelema es arte recomiendo el siguiente artículo: La Voluntad y el Arte
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2 comentarios:
"Tú que eres la luz de la Gnosis, enséñame a ver tu presencia en lo Uno y lo Todo. Enséñame a ver con el entendimiento por encima de la Tierra y por encima de los ojos humanos. Tú que eres lo permanente, muéstrate a través de mis recuerdos, de mis pasiones, de mi fuerza que no es mía. Tú que eres lo Uno y lo Todo, siempre quieto y activo, muéstrame el misterio de aquello que no está en Ti para comprender por la Gnosis que estás por encima de la luz y también de lo oscuro en unidad eterna" Oración Gnostica....
Felicitaciones por el nivel de vuestros comentarios, sobre todo a Sebastian por su creativa prolijidad e inspiración....
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