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thelema en español: Meditaciones en Geburah parte 1

domingo, 9 de noviembre de 2008

Meditaciones en Geburah parte 1



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Algunas notas preliminares:
A lo largo del presente ensayo se harán uso de conceptos ya explotados en otros artículos que podrían, en principio, sonar extrañas o ajenas a los lectores, se usa la palabra “mundo”, “Uno”, “Dasein”, “vida fáctica”, y otros conceptos, en un sentido heideggeriano y se construyen los siguientes pensamientos en torno a una perspectiva de la filosofía contemporánea, especialmente influenciada por Nietzsche y Heidegger. Si se tiene el interés, y la bendita paciencia, se pueden leer los siguientes ensayos donde se clarifican gran parte de estos términos, así como de muchos conceptos netamente thelémicos (como Nuit, Hadit, Ra-Hoor-Khuit, “verdadera voluntad”, etc.): sobre léxico heideggeriano recomiendo: “Heidegger y Lucifer” , para la perspectiva de la filosofía contemporánea en torno a la cuestión del lenguaje y la Voluntad (extraídos de una interpretación personal principalmente de Nietzsche y Heidegger) puede leerse: Logos y Thelema , y sobre conceptos, dioses, mitología y cosmología thelémica recomiendo: Introducción a la mitología Thelémica

Geburah es la Sephirah de la “severidad”. Dado que este es un ensayo filosófico, aunque verse sobre meditaciones personales, vale la pena aclarar, en lo que humanamente cabe, qué es “Sephirah”, es una palabra hebrea que se traduce como “esfera”, es parte del árbol de la vida (que es, en el ocultismo occidental, la estructura del cosmos, en el sentido de la palabra inglesa “framework”). No se debe tomar al Árbol de la Vida, mucho menos cuando hablamos estrictamente de filosofía, como un “ente” que exista en el cosmos, en algún punto del espacio y del tiempo, sino que el cosmos, o sea, el conjunto de objetos, se estructura en base al Árbol de la Vida.

Aleister Crowley ofrece, en su Liber ABA (Magick, Book 4), una explicación sensata del asunto, propone el ejemplo de un gabinete de oficina, el mueble con distintos cajones, cada uno de ellos con una letra distinta, en el cual se insertan archivos que correspondan a cada letra. El árbol de la Vida es como ese mueble, el cual se encuentra en el “alma” (si a alguien le produce malestar esta palabra, cámbiela por “mente”, “espíritu” u otro término semejante), en el cual la persona (por no decir, “el mago” pues eso puede traer equívocos supersticiosos) va archivando cada experiencia de su vida.

Frater Perdurabo es poderosamente claro al afirmar que no es un peso extra a la memoria, como si tuviésemos los recuerdos de nuestras experiencias, y a parte un conjunto extra de memorias en el cual vamos archivando cada experiencia (no solo del contacto con objetos y cómo lo interpretamos, sino de emociones y demás eventos de nuestro “mundo interior”), sino que bien aplicado el conocimiento de la cábala, se ordena a la memoria y se aligera su peso. Esto es vital pues con el paso de los años sentimos que la memoria, cual camello, se va haciendo cada vez más torpe por tanto peso que trae encima y en cada paso va perdiendo un que otro recuerdo (podremos recordar algo de la infancia pero no lo que desayunamos por ejemplo, o al revés, almacenamos el recuerdo de nuestro desayuno pero quitamos el de algún desayuno en la infancia). El objetivo de la cábala no es el tener un conjunto de datos que memorizamos cual examen de preparatoria, de cuando había que memorizar docenas de palabras o compuestos químicos para cada examen bimestral, sino el contrario, contar con un sistema que vaya archivando esos recuerdos de la misma manera en que el oficinista, en vez de memorizar cada archivo, simplemente lo guarda en el cajón de su letra correspondiente para cuando lo necesite.
De esta manera el adecuado conocimiento del Árbol de la Vida (y sus diez sephirot, en realidad once, pero de esto saben los que tienen conocimiento) hace las veces de archivador, de manera que al momento de tener una experiencia lo archivamos en su sephirah correspondiente. Por ejemplo, si chocamos el auto y nos enojamos con el otro recriminándole su falta de atención, comenzando así el largo y tortuoso, pero típico, proceso de insultarnos, después llamar a las aseguradores y dejar que se insulten entre ellos para al finar no llegar a nada en específico, iremos archivando cada experiencia en una sephirah diferente, una emoción de conflicto o de “poner orden” lo asimilaremos a Geburah, a perdonar al otro y dar por concluido el asunto lo pondremos en “Chesed”, en fin, vamos organizando nuestra existencia.

Es importante destacar nuevamente el carácter ontológico del árbol de la vida, no es un árbol situado en alguna parte como decimos que el limonero está situado en mi jardín, ni es un enorme monumento que flota solitario en el espacio, ni está plantado en “el cielo” (sea lo que sea que quiera decir esa expresión cristiana), sino que es un sistema de referencia que el individuo usa para ir archivando cada experiencia de su vida. La palabra “esfera” (la traducción directa del hebreo) no debe entenderse como una especie de burbuja que exista en una realidad alterna, en un Universo superior que está “por encima” del nuestro, sino que es más sencillo comprenderlo, sobre todo hablando de filosofía, bajo su traducción inmediata a “esfera” en el mismo sentido que cuando decimos “los trámites caen en la esfera de la burocracia”, o bien “los regimientos y marchas caen en la esfera de lo militar”. Es entendible la dificultad del Hombre moderno y civilizado a acostumbrarse a los diez (once) sephirot y al sistema de archivar sus experiencias, después de todo el sujeto común ni habla hebreo ni estudia cosas semejantes a las aquí expuestas.

En esta ocasión en particular no profundizaremos en todo el árbol de la Vida, ni siquiera en un resumen de cada sephirah, y mucho menos de los 22 caminos entre una sephirah y otra (los 22 arcanos del tarot). En el presente ensayo habré de exponer mis meditaciones personales en torno a la sephirah Geburah desde un punto de vista netamente filosófico, haciendo el nexo o “puente” entre el lenguaje clásico del ocultismo o de la Thelema, con el lenguaje común del filósofo o de la persona más o menos culta (la diferencia entre ocultismo y filosofía es netamente lingüística, esta verdad se aplica sobre todo para el pensamiento de Crowley en quien es particularmente obvio al leer sus obras en torno a la magia y la cábala o tarot).

Geburah simboliza “severidad”. Utilizo la palabra “simboliza” en el más puro sentido del término, no deseo indicar o presuponer una metafísica, como ya he explicado en los párrafos anteriores, sino que me refiero más al sentido en que un oficinista diría “la letra “A” en mi archivero, o index, simboliza todos los archivos que comiencen con la letra “A”, como “Agosto”, “Arnaldo”, “Ambrosía”, etc.”. Por “Severidad” no debe entenderse tampoco un testarudo sentimiento de terquedad malintencionada, como el maestro que es exageradamente difícil y pesado con un alumno, sino que ha de entenderse más en el sentido de “rector”, su Sephirah adjunta a su derecha es la de “Chesed” que simboliza “misericordia”, la misericordia tal cual es la anarquía, pues si perdonamos todo y todas las actitudes perdonaríamos al asesino por asesinar y a nosotros mismos por perdernos en vicios y malas actitudes, en cambio cuado Geburah y Chesed obran juntas se da un sentido o dirección a la misericordia, la misericordia es, por ponerlo en palabras sencillas (aunque se caiga en el peligro del simplismo) la predisposición o actitud, mientras que la Severidad es la aplicación de esa actitud. Por ejemplo, hasta el más misericordioso de los santos católicos, San Francisco de Asís, era severo con el pecado o con sus fallas, si bebía en exceso se autorecriminaba por perder el control y no lo volvía a hacer, perdonaba y era misericordioso (o sea, no se obsesionaba) pero a la vez perdonaba para que no vuelva a ocurrir, o exigía al menos el cargo de conciencia o arrepentimiento.

Lo dicho hasta aquí, quizás demasiado sencillo, quizás hasta un poco ignorante, cabría para todo sistema cabalístico, pero mis meditaciones han tendido más hacia el asunto de la Thelema, en torno a la pregunta ¿cuál es la función de Geburah en la Thelema, particularmente en su aspecto práctico? Para ello es necesario formular, siquiera a modo de introducción y con licencias literarias y poéticas, una metáfora introductoria al núcleo de la Thelema.
La Gran Bestia era, además de un estudioso culto y profundo, una persona sensible y con extraordinario sentido común, y supo cómo exponer cuestiones profundas de manera sencilla (habilidad que no poseo, y prueba de ello son innumerables artículos de largas páginas para exponer o explicar mi perspectiva personal en torno a uno o dos conceptos). Para cualquier lector de Crowley resultará obvio que éste era muy propenso a hacer metáforas haciendo uso de la astronomía, la idea de que Hadit es “el núcleo de cada estrella” como leemos en el Liber Legis, al igual que Nuit es la señora del cielo estrellado, etc., y considerando el espíritu de la Thelema me aventuro a resumir este profundo sistema de pensamiento y acción con la misma actitud “astrológica” (si se me permite la licencia poética).

La Thelema propone una “visión cósmica” donde se puede reconfigurar al sistema solar a Voluntad. Este enunciado al principio podrá sonar discordante y vacío, por lo que valdría la pena extenderse un poco más en este punto fundamental de la Thelema: La cultura tradicional, desde Sócrates hasta Hegel (se incluye obviamente al judeo-cristianismo, su moral y cosmovisión), propone que el individuo nace en un mundo que se estructura a partir de sentidos ya dados e inmutables, que tales sentidos son explorados por el filósofo o científico en busca de normas universales y necesarias, en pocas palabras, que existe el Ser y existen los entes que dependen ontológicamente del Ser (al cual se le ha llamado “Dios”, “espíritu”, y de diversas maneras), siendo así llegamos al mundo ya hecho y construido y solo falta estudiarlo, qué es el ser, cuál es la naturaleza de los entes, cuál es la esencia de cada ente y asunto concluido. La gran revolución filosófica, cuyo germen se encuentra en Nietzsche y que se explota plenamente en Heidegger, es que cuando hablamos del “ser”, lo que en realidad hacemos es preguntarnos por el sentido del Ser, y “sentido” implica siempre un alguien que interpreta. Para resumir esto brevemente, “sentido” implica “interpretación”, “interpretación” implica “hermenéutica”, y “hermenéutica” implica un sujeto en un contexto histórico que agrupa el pasado, lo que sucedió y cómo interpretó el sujeto lo que ya ocurrió, lo que ocurre ahora, y lo que espera o cree que podría pasar a futuro, es decir, que el sujeto, el Dasein es pasado, presente y futuro a la vez, Dasein es Tiempo). Antes que cualquier otra cosa el sujeto interpreta, el ser del Hombre es hermenéutica (si no se sabe qué es eso, favor de buscarlo en un diccionario), por ende no podemos hablar de “el Ser” como teniendo el señorío por sobre el Universo, como si existiese tan solo esa perspectiva y ninguna otra. Antes bien cada individuo tiene su perspectiva y cada uno interpreta al Ser según su contexto y posición, es como la teoría de la relatividad general aplicada a la ontología.

Esto genera el fin de una visión “heliocéntrica”, es decir, que hay un Sol (el Ser) que ilumina los planetas y las cosas de una determinada manera y que “la Verdad” solo puede encontrarse desde la perspectiva del Sol. Así se entiende la profundidad de las palabras “Cada Hombre y Cada Mujer es una estrella” del Libro de la Ley. El giro en la filosofía es pasar de esta visión heliocéntrica donde existe un único sol, a decir que cada persona es un sol que ilumina a los entes (“iluminar a los entes” quiere decir darles luz, o sea, darles un sentido particular, pues la luz delimita las formas, en la absoluta penumbra no vemos donde empieza y donde acaba un mueble y por eso nos golpeamos al caminar). Quien conoce de cuestiones del zodiaco podría decir que es el paso de la era de piscis a la era de acuario.

Crowley añadiría (pienso yo) que, si bien esto es cierto a un nivel ontológico, o mejor dicho fenomenológico, el sujeto no toma conciencia de ello, vive su vida ordinaria aún estando en el modelo heliocéntrico, aún si se dice ateo y reniega de cualquier discusión sobre el Ser vive su vida como si hubiese un Sol, ajeno a él (o sea, a su voluntad) sea “la sociedad”, la moral que le hayan enseñado o lo que sea.

La Thelema invita a una “visión cósmica”, es decir, a darnos cuenta de nuestro “estatuto ontológico” o realidad fenomenológica. Incluso Heidegger se da cuenta que si bien sus argumentos, o sus descripciones, demostraban lo dicho el sujeto cotidiano no tomaba conciencia de ello, de modo que comienza a hablar de la “existencia auténtica” que es cuando el sujeto sí toma conciencia de ello.

El “mundo”, o sea, el entramado de relaciones de significación, lo que infinitas voluntades han interpretado a lo largo del espacio y tiempo (ver artículos recomendados para mayor clarificación), no es algo ya dado y que no pueda cambiarse, sino que lo que las cosas son, son interpretaciones, no hay eventos tal cual, sino interpretaciones del evento. Nuestro mundo, lo que nosotros interpretamos de lo que percibimos por los sentidos, o de nuestras emociones, es nuestra creación, y siendo así es lógico que podemos cambiar el sistema solar (el orden de los planetas) a voluntad, pues por nuestra propia voluntad hemos delegado el poder a los demás, al “Uno”, o a la “moral de la sociedad” o al término que se desee poner, y por ende por nuestra propia voluntad podemos retomar las riendas de nuestra existencia.

Este artículo concluye en la segunda parte

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