Estas dos corrientes pervirtieron al mundo clásico. Su novedad aún perdura en la mayor parte de la gente, aunque si le comparamos a los seis mil años donde semejante creencia hubiese sido absurda, podemos concluir que no solo no fue siempre así, sino que semejante concepción del alma es un aborto fallido.
¿Qué concebía el Hombre tradicional acerca del alma? El Hombre tradicional, sean griegos, celtas, egipcios, nórdicos, hindúes, sirios, etc., concebían que tras la muerte uno queda como dormido y probablemente no sobrevive nada.
La mortalidad del alma era el motor de la iniciación. Se creía firmemente que el iniciado era el ser que "despertaba" y que este despertar le acompañaría en la siguiente vida. De esta manera cuando el iniciado muere, dependiendo de su grado de iniciación o despertar, se encontrará más o menos conciente o despierto en el mundo de los muertos.
La iniciación era el proceso en el que una persona pasaba de ser una larva para convertirse en una mariposa. Las larvas no sobreviven en el mundo de los muertos, únicamente los seres que evolucionan de ese estado de larva.
Si toda alma es inmortal, ¿qué sentido tiene la iniciación?
Se le consideró "humanismo", y muchos aún lo hacen, a esta creencia infame de la inmortalidad del alma. Se creyeron "libres del yugo de la iniciación y los misterios", pero ¿es realmente humanismo? Exploremos esta cuestión con mayor detalle.
Las sociedades tradicionales (es decir las que se conducían por la tradición de la iniciación) estaban jerarquizadas hacia arriba, buscaban que el tránsito en esta vida fuese productivo espiritualmente. Dado la mortalidad del alma la gente deseaba participar de lo sagrado, pues una vida en lo sagrado no era solo una vida bella y armoniosa, sino que hacía de la vida, de por si bella y armoniosa, la puerta para otra vida mil veces más bella y armoniosa.
¿Qué tenemos en nuestros días sino ganado que se conduce sin sentido alguno, felices en su miseria y contentos con servir siendo devotos de supersticiones? Para liberar a un esclavo no basta matar al dueño, hay que quitarles las cadenas. El cristianismo es la sublevación de los esclavos, una rebelión sanguinaria que se contenta en el baño de sangre, en la brutalidad de matar a los amos y maestros, ignorando que no es lo mismo ser libre que ser un esclavo prófugo.
Sin la iniciación, que es vida en lo sagrado, únicamente quedó la contemplación pasiva de lo sagrado en los ritos sin vida de los sacerdotes. El Hombre tradicional no se contentava con ello, él deseaba seguir lo sagrado por las dos vías, el ascetismo y la acción. La vía del ascetismo no es ir a misa, sino ordenar el ser propio y dirigirlo a lo superior, al espíritu. No es lo mismo el devoto de la misa que un yogui hindú. El yoga es un excelente ejemplo de la vía ascética, que como podemos comprobar tiene poco que ver con las supersticiones del vugo. La vía de la acción era la acción desinteresada, el actuar sin actuar, o dicho de otra forma el actuar sin que se le actúe, accionar en vez de reaccionar. Esta vía de la acción queda reservada en muchas tradiciones, como la taoísta, el wu wei, el actuar desapegadamente sin lujuria por el resultado, sino actuar por el acto mismo, sin apegarse a los títulos, a las vanidades o a la competencia.
¿Qué nos ha traído el humanismo cristiano? Dos mil años de esclavos prófugos y sanguinarios, obesos sacerdotes moralizantes que no sabrían distinguir la vía ascética y la vía del acto si sus vidas dependieran de ellos, buitres que pasan sus vidas en castillos de arena desde donde lanzan juicios y soliloquios insoportables. Nos ha dado demagogia y colectivización, pues odiando a sus amos han odiado también la libertad y buscan con todas sus fuerzas erradicarlas de todas partes del planeta.
Sebastian Ohem 93 93/93
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